DÍPTICO MOYANO DE TONI LOSANTOS EN DIARIO DE TERUEL 

Ecos en Santa Cruz

Como en estos últimos años –¡y ya van diez!–, en vísperas del primer domingo de octubre se han celebrado en Santa Cruz de Moya (serranía de Cuenca) las jornadas sobre el maquis que con el subtítulo de «Memoria histórica viva» han ido convirtiendo, en efecto, a este pueblo conquense y hermano en un referente nacional. No sólo bebe Santa Cruz las aguas del Turia, que estos días bajaban rubicundas, sino que, además, lo turolense ha vuelto a ocupar espacio en el programa y en los debates. El sábado por la mañana, con los cuatro salones llenos, se presentaron en paralelo diversas ponencias. A primera hora había intervenido Mª José Casaus, actual directora de nuestro Archivo Histórico; a media mañana pude escuchar a Gaudioso Sánchez Brun, que había exprimido los anales turolenses del Movimiento. Su exposición, tejida con las sugerentes cartas de falangistas y cargos orgánicos, puso de manifiesto la extrema complejidad del primer franquismo turolense, dividido entre germanófilos entusiastas y burgueses cautelosos, cuando no cobardes. El pavor y la fugacidad de los Gobernadores Civiles delataban un estado latente de guerra civil, que de hecho aquí se prolongó diez años más allá de la primavera del 39, con la guerrilla inquietando caminos, despachos y poltronas. Las anécdotas extraídas por el investigador de aquellas misivas timoratas o cínicas ponen de manifiesto una vez más que el «fuego amigo» es la más mortífera de las armas conocidas. Todo esto, claro, hasta que llegó Pizarro Cenjor, encargado ante la Historia de firmar el último y doloroso parte de guerra en Teruel. De imponer el silencio. Creo que la pesada sombra de esos años –sus zozobras sinceras y sus casposos aspavientos– se prolonga hasta el presente, y quizá explica algunas cosas de ahora.

Pronto podremos leer íntegra la ponencia de Gaudioso en la web de La Gavilla Verde (www.lagavillaverde.org). Mientras tanto, que esta crónica volandera sirva de agradecimiento al pueblo conquense y hermano cuya vega bañan también las aguas del Turia. Admirable Santa Cruz de Moya.

  

Entreacto

Ayer dediqué el faldón a las recientes Jornadas celebradas en Santa Cruz de Moya, limitándome a alguno de sus contenidos turolenses. No hablé de lo demás, que fue mucho; ni hablé de la riqueza de las conversaciones en los entreactos, cuando saludas a este o al otro, y (re)conoces al de más allá. En estos años he visto en Santa Cruz cámaras de televisiones extranjeras tras la huella de los guerrilleros, y viejos combatientes abrazándose después de los exilios (pienso en Florián García y José Manuel Montorio, Grande y Chaval, ahora ya los dos muertos), y la tenacidad de los investigadores (merece que lo mencione Salvador Cava, modelo de compromiso tan indesmayable como clarividente); y la puerta abierta, qué remedio, a los vivales, esos que van por allí a husmear, hacer algún contacto, trapichear con la historia y sus protagonistas como quien cambia cromos a la hora del recreo, o echar una foto a escondidas para publicarla luego como una exclusiva mundial, arduamente lograda. Ahí no incluyo, por supuesto, a José María Azkárraga, cuyas magníficas y generosas instantáneas constituyen una de las referencias de las Jornadas desde su arranque.

Entre los asiduos, Diego Carcedo. Un día, asistiendo a una convención de técnicos de la Unión Europea en Tenerife se enteró de la apertura de las jornadas esa misma tarde en un ignoto pueblo de la serranía conquense y de inmediato cogió un avión a Madrid, se compró una camisa en el aeropuerto y siguió hasta Santa Cruz fatigando las tediosas carreteras. Este año moderaba en las Jornadas una mesa sobre periodismo y memoria, pero un rato después desandaba el trecho de asfalto y cielo, camino de Bulgaria. Diez minutos de charla con Diego Carcedo dan de sí. «Se viene abajo la prensa convencional», me avisó, «tiene los días contados». Y yo pensé, triste vanidad, en estos inútiles faldones. También en que cada año sobre estas fechas he escrito de Santa Cruz de Moya, que seguirá tan cerca aunque ya pronto no podamos celebrarlo sobre el agónico papel de los periódicos.

Metrópolis, 7 de octubre de 2009

 

Metrópolis, 8 de octubre de 2009