LA
VALENCIA INVISIBLE
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Estar exiliado por el hambre es una realidad patente en esta ciudad que presume de vanguardista y de bienestar, pero basta con que se percaten de cómo se utiliza a ese 10% que representa actualmente nuestra sociedad, la emigrante, para darse cuenta de la injusticia que hacia todo el conjunto de ella se comete. Recientemente, han llegado a nuestro pueblo una pareja de ellos. Sfia, francesa y Lashan, marroquí. Un bereber de amplia sonrisa, fornido y sano; y poco menos joven que quien escribe. Con el lenguaje de la mirada, que es universal, fuimos conociéndonos y compartiendo inquietudes y sueños. Propósitos y proyectos. Tan hondo ha llegado a nuestros corazones, al de mi compañera Déborah y al mío, su desesperación por la situación por la que atraviesan, que decidimos implicarnos con ellos en su regularización ya que Sfia, al ser comunitaria no requería nada más que unos trámites fáciles de seguir. El problema lo vimos con Lashan. Ser marroquí le convierte en un subhumano a pesar de sus enérgicos treinta y tres años. Es pastor. Ha sido guía turístico en su tierra, en las altas montañas del Atlas. Las mismas montañas de donde mana el agua que el desierto niega y ocupa casi todo su país. Un experto agricultor capaz de hacer cualquier cosa con una azada. Estoy seguro que si se lo propusiera, haría hasta una mezquita, una sinagoga o una iglesia con sus manos, pues respeta las creencias de los demás, y las suyas, suyas son. Recabamos información en las oficinas municipales del pueblo y nos dieron tres direcciones erróneas o no actualizadas, es decir, desidia funcionarial o tibieza de la Corporación Municipal que la población foránea es importante. Poco a poco, ya en Valencia ciudad, conseguimos cercar el laberinto por el que deben llegar a ser “legales” los “ilegales”, como si vivir fuera un capricho. Desesperante y frustrante es que cuestiones tan importantes como la supervivencia humana se pueda tomar a la ligera o aplicar con indiferencia a tus semejantes. Me pregunto dónde están esos otros humanos que cada domingo se golpean en la iglesia el pecho por sus culpas y dejan caer la fruta al suelo porque “no vale la pena ni recogerla”. No, que va, el hambre, no vale la pena... Cuando por fin, después de cómo he explicado, conseguimos dirigirnos al lugar correcto, llegamos al Polígono de Vara de Quart, apartados como si no existieran, donde unos centenares de personas esperaban a que dos policías nacionales con cara de obligado aburrimiento, nos dijeran que teníamos que solicitar la Regularización en el Gobierno Civil de Valencia. Algunos emigrantes estaban allí desde las cuatro de la mañana, esperando turno. Diciéndoles, seguramente a sus vacíos estómagos, que esperasen un poco más, que ya les tocaba. Lashan es uno más. Un gran valor para esta sociedad que en el pasado también fue suya. Una esperanza que huye del infortunio y cree que todos tenemos un espacio en este planeta al que llamamos Tierra. Es una realidad que cualquiera de nosotros, españoles de bien, nos cruzamos por la calle sin siquiera mirarlos. Como si sólo fuesen sombras que vagabundean a nuestro alrededor. Como si en ellos no hubiera una historia que compartir o escuchar. El silencio de la soledad es un lugar donde no brilla el sol ni lucen las estrellas. Es un grito contenido que alimenta nuestra indiferencia. Acérquense, por curiosidad, a las oficinas de Regulación de Emigrantes en el Polígono de Vara de Quart. Piensen que un día pueden ser ustedes o yo quien se levante a las tres de la mañana para “hacer guardia” en la Estación de la Esperanza. Verán como se les queda el cuerpo si alguien les habla de copas americanas o formulas uno. Lo más probable es que regresen a sus hogares y besen a los suyos por ser tan afortunados. Por tener lo necesario para ser felices sin ser egoístas. Que por ser rico, que nadie les mienta, es feliz. Ni pueden comprar aquello que no tiene precio. Vamos a luchar por todos los Lashan, al que la buena gente del pueblo ya están ayudando como pueden; con el corazón y no con una ley que nos quita el pan y el agua para invertirlo en sus grandes proyectos industriales. No hagamos de este mundo un despiadado circo romano donde los leones, hace dos mil años, devoraban a seres humanos mientras otros de su misma especie jaleaban con los ojos llenos de sangre su suerte. Benjamín Lajo Cosido
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