Erguida y flexible
como el junco,
frágil y dura
como el diamante.

Dulce y delicada
como la fresa,
valiente y fuerte
como Madre Coraje.

Pasó por mi vida
como un huracán,
socavó mis raíces
y yo sin enterarme.

Me lo pedían sus ojos,
me lo pedían sus besos,
y yo en la higuera,
en la luna de Valencia.

Escuchando la melodía
de un Stradivarius,
sin ver la mano
que lo está tocando.

Diana, se fue sola,
llorando su dolor amargo,
se fue al Salvador
como médico-cirujano.

Yo me quedé en Alcalá,
vacío, seco y muerto,
que fui un imbécil
y un cobarde.

Diana dejo su casa
allá en el Colorado
por los desheredados
de los dioses blancos.

Yo pude irme con ella
a Bolivia o Colombia,
a Nicaragua
contra la Contra.

Ir allí donde un indio
maya, guaraní o aymará,
necesite esa mano
que nunca le dieron;

los conquistadores
de las tierras vírgenes,
los evangelizadores
y demás violadores.

Todos los ladrones,
los de entonces,
y sus hijos y nietos,
¡los de la Expo del 92!

Y un día supe por Hugo
que al caer prisionera
le salvó su vida
su pasaporte yanqui.

Supe que si me hubiese
ido con Ella
hoy estaría muerto.
Una y cien veces muerto.

Pero seguiría viviendo
en el amor de su vientre,
seguiría viviendo
en su pensamiento.

Seguiría viviendo
en los peces del Titicaca,
y en las flores
del Matto Grosso.

Hubiese estado en mi sitio,
respondiendo a mis orígenes,
defendiendo con sangre
la palabra del indio.

Ella, se fue sola.
Hoy la sigo buscando
entre las sábanas de algodón
que guardaron su memoria.

Ella, se fue sola,
que no podía retenerla.
Hoy la sigo buscando
en los ojos de cada mujer.

Hoy,
sigo soñando
con su amor.

1991

A Dianne Goe

12 años más tarde.