DULCE CHACÓN, PALABRA Y MEMORIA 

Dulce Chacón, en la memoria

Era de Zafra y escritora. Su literatura es tersa, limpia y conmovedora. Casi todo en ella, se movía en torno a dos temas: las mujeres y la recuperación de su memoria silenciada y reprimida. Unas veces, para denunciar a las féminas maltratadas por sus maridos como le ocurre a Prudencia, la heroína de su primera novela: Algún amor que no mate; otras, para situarlas de nuevo en la historia a través de sus vivencias, escarbando en sus olvidos, como ocurre en: La voz dormida, una historia construida a base de mujeres que como Reme y Sole, hacen oír sus voces, para componer una sinfonía coral con la que superar el silencio. Y lo consigue.

Dulce Chacón, trabajaba con las protagonistas reales de sus textos; con relatos anónimos de personas que tuvieron el valor de oponerse a la dictadura, y cuya memoria fue enterrada más de cuarenta años. Una narración, en la que intercala documentos, para mostrar más cabalmente la represión de las presas políticas del franquismo. En medio, una novela con la que ganó el premio Azorín: Cielos de barro, en el año 2000, que se mueve entre las tinieblas de la guerra civil en el terruño extremeño. Narradores masculinos, pero mayoría de voces femeninas.

Conocí a Dulce presentando sus Cielos…, en Santa Cruz de Moya, ese pueblito serrano entre Cuenca y Valencia que todos los años, desde hace cuatro, se convierte en la pequeña capital de la guerrilla antifranquista. Era octubre del 2001. Charlamos un momento, me firmó un libro. Un año después, presentación en Valencia de La voz dormida, y un breve intercambio de palabras. Pero son sus palabras escritas, hechas carne de literatura y de recuerdos, las que se mantendrán vivas a través de sus libros.

José Antonio Vidal Castaño.
Historiador y escritor

05/12/2003

Publicada el 12/12/2003 en Levante/EMV (Lectores, Cartas al Director, página 62).


Dulce Chacón, palabra y memoria

Conocí a Dulce en Santa Cruz de Moya, un pequeño pueblo cargado de historia donde Cuenca y Valencia se confunden. En 1949, en uno de sus parajes más serranos -Cerro Moreno- doce guerrilleros antifranquistas encontraron la muerte. Dulce presentó allí, entre ex guerrilleros, escritores, organizadores y curiosos, su novela Cielos de barro. Horas, más tarde escribía, para mí, en una de las páginas de su libro, una dedicatoria difícil de olvidar: "A José Antonio Vidal, porque nos une el amor a la palabra. Con mi amistad y mi cariño, Dulce". Era una tarde de octubre del 2001.

Compartimos unos momentos que hoy, aún recuerdo vivamente.

Luego, más tarde, leí su primera novela Algún amor que no mate, que confirmó mis sospechas. Dulce quería las palabras; las trataba con primor y con el esmero que reclama, para si misma, la escritura; pero, tal vez, un poco menos de lo que quería a las personas, y en especial a las mujeres maltratadas en su hogar y fuera de él; más, si cabe, a aquellas que sufrieron humillación social y represión política, arriesgando sus vidas para luchar por las libertades de todos. Volvimos a vernos, en otra tarde de octubre, fugazmente, en la presentación en Valencia de su última novela, La voz dormida, donde abre, en clave literaria, las cárceles de Franco para devolver a las mujeres la voz y la palabra.

De esto no hace tanto; un año mal contado, pero se me antoja que fue hace unos minutos. Recuerdo su mirada, y sobre todo esa sonrisa abierta que presidía su rostro y que no logro apartar de mi memoria. Pero eso no es todo. Me queda, nos queda, Dulce, tu palabra escrita, bella y duradera, depósito fiel del mejor de los recuerdos.

José Antonio Vidal Castaño.
Historiador y escritor
Valencia

05/12/2003

Publicada en ABC de Madrid (Cartas al Director) el 08/12/03.