CONSTANTINO HERRAIZ REY 

ELOY, “EL PENA”
VÍCTIMA DE LOS CACIQUES Y DEL FRANQUISMO ESPAÑOL

Era una tarde, a las cuatro, en el mes de Marzo. Veníamos mi hijo Santiago y yo, Eloy “El Pena”, de sembrar patatas, en la entrada del pueblo, por la zona del Regacho, cuando apareció una furgoneta tipo “valilla”, y de ella salieron dos hombres que nos preguntaron dónde vivía Víctor Lorente. Nosotros contestamos que sí que lo conocíamos, y nos propusieron que los acompañáramos, a lo cual accedimos; más tarde supimos que eran pertenecientes a la CNT y se dedicaban a recoger víveres para la tropa, pero no de forma voluntaria.

Este suceso nos trajo consecuencias que más adelante relataré y que nos llevó a ser perseguidos y castigados e incluso se me condenó a seis años y un día de presidio.

Durante mi estancia en la cárcel, me vi obligado a dejar mi casa y mi familia, a abandonar a mis hijos de tres y ocho años y a mi esposa. A partir de este momento empezó mi calvario.

Trascurridos tres años de mi encarcelación y tras denegarme catorce indultos, por fin me dejan libre y regreso a mi casa. Al parecer, los años pasados en el presidio no fueron suficientes para expiar mi culpa, así, me tenía que personar en el Ayuntamiento cada vez que la Guardia Civil lo solicitaba, de lo cual era avisado por una vecina llamada Juana, “La Gamarra”, a la que tengo que agradecer muchas cosas, entre ellas quitarme disgustos innecesarios, puesto que siempre me informaba para qué era requerido.

Esta situación provocó que mis vecinos no me dieran trabajo en el pueblo, lo que me empujó al estraperlo: Me dedicaba a comprar aceite en diferentes pueblos de La Alcarria como Salmerón, Escamilla, Millana, Valdeolivas etc…, luego lo trasladaba a Molina de Aragón donde lo cambiaba por trigo, miel, judías u objetos varios. Todo lo trasladábamos en mulas, monte a través y por la noche, para evitar a la Guardia Civil.

Una de las noches, en un pueblo de la provincia de Cuenca, Valdeolivas, para el dos de diciembre y a las nueve de la noche, con la carga ya realizada y estando de posada en casa de una prima, se personó el alguacil, que me informó que era requerido en el cuartel de la Guardia Civil. Al llegar al cuartel, en la puerta, me encuentro con el hijo de Víctor Lorente que casualmente pertenecía al Cuerpo y me dijo:

  • Vuelve a las diez de la noche, que el sargento no está.

A lo que yo contesté:

  • Esta noche me vuelvo al pueblo, si quieres algo para la familia….

A lo que me respondió:

  • Como vas a volver esta noche, te daré un paquete para mi padre.

Al regresar al cuartelillo a las diez, me tenía un regalo preparado: me dieron una paliza con un vergajo y me dejaron la espalda llena de latigazos. Al regresar a casa de mi prima, sobre las doce, y al ver el estado en que me encontraba, me dijo que no me marchara, pero no le hice caso y regresé a mi pueblo.

Llegué a mi casa a las cuatro de la mañana. Allí me esperaban mi hijo Santiago y mi esposa, que al verme llegar, enseguida sospecharon que pasaba algo. Mi esposa me quitó la camisa, y, al verme la espalda empezó a chillar:

  • ¡Asesinos, canallas, nos vais a matar a disgustos!

Ante tal escándalo. Le dije:

  • ¡Cállate o te corto la lengua, que te van a escuchar los vecinos!

Aquella paliza me mantuvo en casa entre tres o cuatro días. Mi mujer me curaba con un batido de huevo y azufre.

Todo transcurría normalmente; nada hacía sospechar a las familias de los jóvenes, lo que éstos estaban tramando y los días, meses y años que a partir de ese día les tocaría sufrir.

Una vez recuperado, cogí mis mulas y me fui a Molina de Aragón, donde se encontraba mi proveedor, un cura. Con el cambio realizado, me regreso a mi pueblo.

Por aquellos días, empezó un temporal que nos contuvo durante un mes sin poder comerciar; nos dedicamos a labrar una finca de nuestra propiedad, llamada “La Pizarra”.

Uno de los días, al regresar de la finca, me encuentro con mi hermano Mariano que me informa que la Guardia Civil había reunido a todo el pueblo y que les preguntaban dónde habían pasado el día; el caso es que en Ocentejos se había producido un atentado, se mató a un cura y se quemó un Pegaso. No llegué a entrar al pueblo, pensé que era una trampa y que me volverían a encarcelar, así que decidí irme al monte:

El día dieciocho de Diciembre, a las dos de la mañana, dejo a mis dos hijos en la cama, sin amparo de nadie, puesto que mi esposa, ante tantas amenazas, también se venía conmigo. Esta decisión es la más dura que tomamos y la que más pesó en nuestro corazón, puesto que nosotros no teníamos necesidad de irnos, nuestra casa estaba llena de víveres para pasar el invierno e incluso nos dejamos la hogaza de pan preparada para la mañana siguiente.

Al salir de casa, la nieve nos llegaba a las rodillas. Salimos en dirección a Armallones por El Picazo. Al llegar a dicho pueblo nos socorrió y nos ocultó un vecino que era nuestro contacto.

Santiago Herraiz, hijo de CONSTANTINO HERRAIZ REY, Eloy, “El Pena”.