CAMPESINOS Y MAQUIS: EL MAESTRAZGO TUROLENSE Y LA GUERRILLA ANTIFRANQUISTA DE MERCEDES YUSTA RODRIGO. 

IV JORNADAS EL MAQUIS EN SANTA CRUZ DE MOYA. CRÓNICA RURAL DE LA GUERRILLA ESPAÑOLA. MEMORIA HISTÓRICA VIVA.

Santa Cruz de Moya, 2, 3 y 4 de octubre de 2003.

CAMPESINOS Y MAQUIS: El Maestrazgo turolense y la guerrilla antifranquista.

Mercedes Yusta Rodrigo.

Autora de Guerrilla y resistencia campesina. La resistencia armada contra el
franquismo en Aragón (1939-1952).
P.U.Z., Zaragoza, 2003.

Samper de Calanda, diciembre de 1944. Un grupo de hombres armados que atraviesan las tierras turolenses en dirección a las montañas del Maestrazgo entrega a un labriego unas octavillas de propaganda política: "Al campesinado español. Nosotros los campesinos hemos sido siempre sacrificados y mal atendidos; de nuestras cosechas nos han dado lo que cuatro usureros han querido...". Sonaba especialmente cierto en aquel invierno de posguerra, una posguerra gris y dictatorial, de hambre, miseria y estraperlo. Pero la solución ofrecida no era convincente para todos: "Para obtener aquello de que somos merecedores es necesario que nos unamos a las fuerzas armadas españolas de Unión Nacional (...) La Patria os llama, acudid a este llamamiento con escopetas, picos, hachas, pistolas, etc., y ayudad a los guerrilleros a liberar el suelo patrio para vencer en el plazo más corto posible, y hacer de nuestro país una nación fuerte y próspera a la que se respete en el mundo como le pertenece (sic.)" . Algunos estaban dispuestos a seguir este llamamiento; otros, a combatirlo. El labrador entregó las octavillas a la guardia civil, y las autoridades franquistas, así como las fuerzas del orden, empezaron a tomar medidas frente a esas autodenominadas "fuerzas armadas españolas de Unión Nacional", o lo que es lo mismo, lo que la gente del campo comenzaba a llamar "los maquis" y que pronto pasaría a ser definido por las instancias oficiales como "el problema del bandolerismo".

Un bandolerismo muy politizado, en todo caso. Organizados por el PCE desde el exilio francés, "los maquis" eran en su mayoría antiguos combatientes republicanos que, después de luchar en las filas de la Resistencia francesa contra las tropas de Hitler, se preparaban tras la liberación de Francia para reconquistar su propio país. De este modo, en octubre de 1944 se produjo una penetración masiva de fuerzas guerrilleras a través de varios puntos del Pirineo, en especial el leridano Valle de Arán, escenario de algunos combates entre el ejército guerrillero y el franquista. Este último hizo retroceder a la mayor parte de las tropas republicanas, exceptuando algunos grupos que lograron penetrar hacia el interior y conformarían los futuros núcleos de la guerrilla antifranquista . En Aragón, a diferencia de otras zonas de España, el fenómeno era nuevo, y en Teruel encontraría un especial arraigo. Principalmente en su franja Este (en la cual está comprendida la zona del Maestrazgo), republicana hasta la primavera de 1938, y escenario, como el resto del Aragón republicano, del intento de ciertos sectores relacionados con el Movimiento Libertario de llevar a cabo la Revolución sin esperar a consumar la victoria sobre el fascismo . Finalmente, no hubo ni victoria ni revolución, y los combatientes republicanos iniciaron una larga retirada que finalizaría, en muchos casos, en los campos de concentración del Mediodía francés. Cinco años después, algunos de ellos volvían a pisar las tierras turolenses en busca de esa victoria que les había sido negada. Era otra vez la guerra, o mejor, la guerrilla, una guerra pequeña en escala, pero no en ferocidad. De ello da fe la memoria estremecida de los habitantes de las serranías turolenses, testigos y en algunos casos protagonistas de la reapertura de un frente que, en realidad, nunca se había cerrado del todo.

Después de la invasión inicial en octubre del 44, la penetración de los guerrilleros hacia el interior de la provincia turolense fue rápida. Tras el paso por Samper de Calanda y Castelnou los días 25 y 27 de noviembre, está documentada la aparición, el día 29 de noviembre de 1944, de doce hombres armados en Alcorisa; el 2 de diciembre son localizados en Las Parras de Castellote y el 12 de diciembre aparecen ya en municipios del Maestrazgo más interior y abrupto, como Villarluengo, Pitarque y Fortanete . Se trata de una zona marcadamente rural, cuya escasa población se concentraba en algunos núcleos distantes unos de otros y, sobre todo, en casas esparcidas por el monte y próximas a las tierras de labor, denominadas masías o masadas. En estos núcleos, aislados por el relieve y las malas comunicaciones, la vivencia de la guerra civil había revestido la forma de una lucha entre facciones, un enfrentamiento interno que mezclaba las diferencias políticas con ancestrales odios entre vecinos. El contacto con la guerra "exterior" revistió la forma de la entrada de las tropas nacionales en 1938, que inmediatamente dotaron de poderes casi omnímodos a las oligarquías locales, las cuales encontraron así la ocasión de resarcirse de las afrentas sufridas durante la dominación republicana. El banquete de la venganza estaba servido.

La represión republicana había sido rápida, espontánea y brutal. Las formas que revistió corresponden a estallidos de violencia producidos en los primeros momentos de una etapa que se vivió como el comienzo de una revolución. El clero y aquellas personas identificadas con el mantenimiento del orden establecido, como los caciques locales, fueron los objetivos escogidos. Por el contrario, la represión que trajo consigo el establecimiento del "Nuevo Orden" franquista era sistemática, organizada y selectiva, comenzando por todos aquellos que hubiesen formado parte de los Comités revolucionarios que se crearon en casi todas las localidades. En palabras de una informante de la localidad de Fortanete, situada en el corazón del Maestrazgo turolense, "se volvió la tortilla": los sectores sociales que simpatizaban con el nuevo régimen establecieron una filiación directa entre la represión franquista y la anterior "barbarie roja".

Objetivo confeso del nuevo régimen era el control y, en su caso, eliminación de todos los elementos considerados no afines o desafectos a lo que se denominaba el "Glorioso Movimiento Nacional", de todos los malos españoles que no merecían siquiera el calificativo de "españoles". El franquismo reorganizó España, y por supuesto también la provincia de Teruel, sobre la base de la exclusión. Y estos excluídos, los "rojos", los traidores que querían vender España al comunismo soviético, encontrarían su lugar en el paredón, la cárcel, los batallones de penados, el exilio (exterior o interior, como el de los "topos")... o, a partir de octubre de 1944, la guerrilla. "Echarse al monte" para unirse a los guerrilleros fue la opción elegida por muchos turolenses que por su filiacion política izquierdista o sus vinculaciones con la guerrilla se enfrentaban al acoso permanente de la guardia civil, enemigo natural de los guerrilleros y sus colaboradores, instrumento del poder en el medio rural. Cinco años después, el maquis era la continuación de un conflicto de clase que el fin de la guerra no había solventado; en el caso del Maestrazgo, la guerrilla se instaló en una zona de profundas fracturas sociales que su aparición no hizo sino acrecentar. Por un lado, el descontento de los vencidos en la guerra civil encontró una vía de canalización en el apoyo a la guerrilla; la investigación muestra que los municipios más implicados en la ayuda a las guerrillas son núcleos de tradición izquierdista, duramente represaliados al final de la guerra civil . Por otro, el inicio de un conflicto abierto (aunque soterrado) permitió al régimen endurecer la represión, militarizar la zona y tomar medidas excepcionales de control de la población.

La manera en que se formó la guerrilla turolense es algo confusa, como cabe esperar de un movimiento de carácter clandestino y que no ha dejado tras de sí excesivas trazas documentales. Como ya se ha señalado, parece ser que varios grupos procedentes de Francia y de los intentos de penetración llevados a cabo en octubre de 1944 llegaron hasta las montañas del Maestrazgo, lugar propicio para establecer una base de operaciones. Pero hasta 1946 no se produjo la coordinación de las diferentes partidas guerrilleras, no sólo las que se encontraban en Teruel sino todas las que actuaban en la zona de Levante, con la creación de la Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón, la AGLA . La Agrupación poseía unos Estatutos, un organigrama bastante complejo que se componía de un Estado Mayor y varios sectores subdivididos en brigadas y batallones e incluso una escuela de capacitación guerrillera que durante mucho tiempo estuvo localizada en los Montes Universales, cerca de Tormón, en un emplazamiento que aún en la actualidad aparece señalado en los mapas de la zona elaborados por el Instituto Geográfico Nacional como "campamento de los maquis". La guerrilla se dotó inmediatamente de una red de colaboradores, denominados en el vocabulario de los guerrilleros comunistas "guerrilleros del llano", y que en muchos casos eran los parientes o antiguos vecinos de los guerrilleros. He aquí la importancia de la vinculación entre los guerrilleros y el territorio: una guerrilla sin apoyos no puede sobrevivir.

El campesinado, al que se dirigía la propaganda distribuída por los maquis en Samper de Calanda, era el apoyo natural de la guerrilla. En el caso del Maestrazgo turolense, fue también la cantera de la que salieron muchos de sus efectivos y algunos de sus enemigos más encarnizados. Aunque el enemigo natural del guerrillero fue siempre la guardia civil, que casi por definición es un elemento ajeno a la comunidad campesina. La guerrilla, en cambio, era en muchos aspectos un producto de la sociedad campesina y una reacción de ésta ante una situación de opresión como la que se daba en el campo español durante la posguerra. Los campesinos del Maestrazgo, y en especial los masoveros o habitantes de las masías, colectivo de características especiales debido a su aislamiento, eran sometidos a diferentes instituciones de control, y no hablamos ya de aquellos encontrados culpables de colaborar con las "hordas marxistas", sometidos, si no estaban en la cárcel, al control de las Juntas Locales de Libertad Vigilada que funcionaban en cada localidad y estaban compuestas por las "fuerzas vivas": el secretario del Ayuntamiento, el jefe de Falange, el cura... Toda persona debía proveerse de salvoconductos y certificados de buena conducta para desarrollar su actividad normal o desplazarse fuera del término municipal. La producción y el consumo eran celosamente vigilados por el Servicio Nacional del Trigo y los inspectores de la Fiscalía de Tasas. Festividades de carácter popular como el Carnaval o los bureos, fiestas tradicionales que se celebraban en las masías, iban a ser suprimidos y reemplazados por otro tipo de celebraciones: la conmemoración del 18 de julio, el Día de los Caídos, el Día del Caudillo...

Este entramado represivo, de presencia sutil pero constante en la vida cotidiana de los pobladores del Maestrazgo, se endureció de forma notable una vez que las guerrillas se instalaron en la zona. Además, la guerrilla implantada en el Maestrazgo no permaneció aislada de su entorno, sino que fue hundiendo y extendiendo sus raíces por el territorio que la acogía. Los primeros guerrilleros llegados de Francia conectaron con los izquierdistas locales y establecieron sus bases y puntos de abastecimiento; el acoso de la guardia civil hizo que algunos de estos colaboradores se uniesen a la guerrilla, siendo sustituídos por otros, y de este modo el fenómeno se extendió como una mancha de aceite. Además, el PCE adoptó la táctica de enviar a las zonas guerrilleras a militantes naturales de la zona, con el objeto de que pudiesen favorecerse del conocimiento del territorio y sus habitantes. Hermanos, primos, cuñados de los guerrilleros se verían implicados y pasarían a formar parte del movimiento guerrillero, lo que pone de manifiesto cómo, en el medio rural, las redes de parentesco priman por encima de las posibles redes de carácter político, las cuales, por otra parte, habían sido casi completamente desmanteladas por la guerra y la represión de la inmediata posguerra . Y, por supuesto, mujeres, hermanas, madres: el colectivo femenino se vio especialmente afectado por este movimiento en un medio en el que la política había sido un campo tradicionalmente vedado a las mujeres. Sin embargo, muchas de ellas participaron activamente en la ayuda a la guerrilla, actividad que, en general, no percibían como un acto político. A pesar de lo cual, las autoridades franquistas las perseguirán y castigarán con igual saña que a los hombres. En varios textos carcelarios escritos por mujeres se describe a estas campesinas silenciosas y enlutadas cuyo sufrimiento era mayor que el de las presas concienciadas políticamente, porque "no podían entender su culpabilidad (...), habían ayudado a su familia o a sus amigos en peligro, sin fines políticos".

Una guerra planteada por el régimen como lucha contra un elemento "extraño" e "invasor" (los guerrilleros comunistas, los denominados bandoleros) se convierte de este modo en una guerra contra un sector importante de la población campesina. La guardia civil controlaba los víveres que los campesinos llevan al monte para almorzar, vigilando que no lleven más de lo necesario para la jornada; registraba las casas de las familias y simpatizantes de los guerrilleros; grupos de guardias civiles se disfrazaban y presentaban en las masías como "maquis" para comprobar si la aparición era posteriormente denunciada. Las coacciones y malos tratos estaban a la orden del día. La situación llegó al límite cuando el gobernador civil de Teruel, Manuel Pizarro, ordenó en 1947 el desalojo de las masías aisladas y decretó que los masoveros pasaran a residir en los núcleos de población. Puede imaginarse el trastorno que ello supuso para este colectivo: alejados de sus tierras de labor, muchos de ellos debían realizar cada día trayectos de varias horas para acudir a su trabajo; los animales quedaban cada noche a merced de los guerrilleros o de auténticos bandoleros; las mujeres no podían masar el pan, labor que se realiza tradicionalmente en las primeras horas de la madrugada... Y además, y esto no es lo de menos, el acto de depositar cada tarde la llave de la masía en manos del cabo de la guardia civil suponía para el campesino un acto de usurpación, simbólica si se quiere, pero igualmente dolorosa.

En 1948, la actividad guerrillera en la zona del Maestrazgo alcanzó su punto álgido para luego decaer rápidamente; la guerrilla se mantendría en la zona hasta 1952, pero su actividad sería ya notablemente más escasa. La represión había logrado en parte su objetivo, puesto que las detenciones masivas de enlaces y suministradores de los guerrilleros había provocado una gran merma de sus apoyos. Por otra parte, siempre hubo un sector del campesinado opuesto las actividades de los "maquis"; los más concienciados (y concienzudos) de entre ellos pasarán a formar parte de los somatenes, institución tradicional en Cataluña y que el régimen franquista exportó a todo el territorio nacional en 1945, a raíz, precisamente, del incremento de la actividad guerrillera. En el Maestrazgo, al parecer, esta institución alcanzó un éxito bastante razonable, y los somatenes participaron en destacadas acciones armadas contra los guerrilleros. Es posible que la tradición carlista de la zona no sea ajena a este fenómeno, a pesar de que varios testimonios relatan cómo los somatenes fueron formados a instancias de los jefes de los puestos de la guardia civil de las respectivas localidades, que fueron los que reclutaron a los "voluntarios" para llevar a cabo este servicio.

El somatenista, el guerrillero, el guardia civil, la masovera; todos ellos fueron, durante casi una década, actores de un drama mudo cuyo guión era escrito lejos del Maestrazgo, en los despachos de Gobernación y las reuniones del Buró Político del PCE en París. Sin embargo, ni unos ni otros, ni las autoridades del régimen ni los mandos comunistas contaron con el peso que las viejas rencillas y la conflictividad local iban a tener en la lucha de y contra la guerrilla. Así, Balbina Puerto, de Cañada de Benatanduz, muerta por los guerrilleros, era esposa del alcalde franquista de la localidad y se había destacado en la persecución de elementos izquierdistas, pero también mantenía fuertes conflictos con sus vecinos a causa del agua de riego. Ángela Gil, de Mosqueruela, fue asesinada por un guerrillero con el que mantuvo en su día un pleito de propiedades. En Castellote, un activista de izquierdas fue detenido por escribir un anónimo en nombre de los guerrilleros a otro vecino de la localidad, con el fin, según declaró en el interrogatorio, de que abandonase la localidad. En medio, un asunto de celos por una mujer, que también fue detenida, no sabemos con qué cargos. Florencio Guillén, guerrillero natural de Gúdar, ejecutó a ocho personas de esta localidad, entre ellos dos niños, en venganza por la muerte de su mujer, denunciada a la guardia civil y aparecida muerta tras su detención. En Dos Torres de Mercader se produjo un doble asesinato atribuído a dos guerrilleros naturales de Castellote, enemistados desde tiempo atrás con las víctimas... Esta explosión de violencia de ambiguo signo, a caballo entre lo político y lo personal, se produjo de igual modo a la inversa. Las familias izquierdistas eran acosadas por los somatenistas y la guardia civil; las acciones de los guerrilleros encontraban por respuesta detenciones masivas, y a menudo indiscriminadas, de presuntos colaboradores; se multiplicaron de forma alarmante los casos de aplicación de la "ley de fugas"...

Un ejemplo significativo y brutal de esta violencia de ida y vuelta se produjo entre los años 1949 y 1950 en el término de La Ginebrosa, en las denominadas "masías de la Vega", próximas a Mas de las Matas. En la masía El Catre, también denominada Mas de la Torre, habitaba una familia simpatizante del régimen, en especial el abuelo, que posiblemente era miembro del somatén. A pocos metros se encuentra la masía El Trapo o El Casetón; sus habitantes eran de contrario signo político y estaban enemistados con sus vecinos a causa de las lindes del terreno, además de la previsible rivalidad política. En octubre de 1949, el masovero del Catre denunció a un grupo de guerrilleros que se presentaron en la zona; la guardia civil dio muerte a uno de ellos, José González "El Peque", jefe de batallón del denominado sector 23º de la AGLA. Se trataba, a su vez, de un joven natural de la zona, en la que había trabajado como pastor al servicio de varias masías y posteriormente como cuenquero. Un año después, el 2 de noviembre de 1950, varios compañeros del "Peque" se presentaron en la masía de la que había partido la denuncia y mataron a cinco de sus moradores. La guardia civil dio muerte, durante el servicio efectuado en persecución de los guerrilleros, al padre de la familia que habitaba la masía el Casetón (que ya tenía antecedentes por colaborar con la guerrilla), el cual, según el informe elaborado por la guardia civil, se encontraba en el monte actuando como guía de los guerrilleros. Se nos dice, además, que "el Casetonero" tenía lazos familiares con dos de los guerrilleros que actúan en la zona. Y al mismo tiempo que él murieron bajo los disparos de los guardias otros dos "enlaces" de la guerrilla . Estamos frente a un conflicto complejo y abierto en el que se reproduce, básicamente, el mismo reparto de papeles que se produjo durante la guerra civil y caracterizado como ésta por "una costumbre de irracionalidad que se plasmaba en el comportamiento individual o colectivo", en palabras de Manuel Vázquez Montalbán; que entremezcla motivaciones personales y políticas, ideologías y parentescos, lucha de clases y venganza personal . Frente a un conflicto, pues, no solucionado por la victoria franquista y que, diez años después de producirse ésta, seguía causando muertos de uno y otro lado.

La escalada de violencia de las "masías de la Vega" no es un hecho aislado, aunque sí es uno de los que más profundamente impreso ha quedado en la memoria colectiva de los habitantes de la zona. Se dieron varios casos de este tipo en el no muy largo lapso de cinco años y en el marco de un territorio reducido como es el Maestrazgo turolense, en un país oficialmente pacificado por el establecimiento de un régimen que sustentaba su legitimidad sobre esta supuesta pacificación y que trataba de obtener con dicha carta de presentación la entrada en los organismos internacionales y el reconocimiento de las potencias occidentales. No es de extrañar que la más férrea censura pesara sobre "el problema del bandolerismo" y que los periódicos no mencionaran sino "incidentes aislados provocados por grupos de salteadores", convirtiendo la búsqueda hemerográfica en una tarea ingrata para el investigador. No sólo se ha tratado, desde la "historia oficial" construida por el franquismo, de desvirtuar el carácter político de la lucha de los guerrilleros, calificándolos de bandoleros y atracadores. Se ha tratado de minimizar el alcance mismo del fenómeno, a pesar de que el propio director general de la Guardia Civil, Camilo Alonso Vega, confesara al abandonar su cargo en 1953 que el maquis "...perturbaba las comunicaciones, desmoralizaba a las gentes, destrozaba nuestra economía, quebrantaba nuestra autoridad y nos desacreditaba en el exterior" . A pesar de todo, para aquellos que vivieron los hechos en primera línea los recuerdos siguen frescos. La memoria de los campesinos turolenses está marcada por el recuerdo de la represión, de la violencia, del miedo vivido, de la dureza de unos años que todavía hoy son llamados, en las tierras del Maestrazgo, "los años de los maquis".