PRESENTACIÓN LIBRO 

ANTOLÍN NIETO, LAS GUERRILLAS ANTIFRANQUISTAS, 1936-1965.

Lo confieso. No me puedo creer estar hoy aquí en la misma mesa de Salvador Cava, Antonio Brevers y José Manuel Montorio “Chaval”. Salvador fue quien me inició, aunque él no lo sepa, en la historia de las guerrillas. Corría 1999 cuando Agustín colocó en su expositor del Hostal Castilla de El Tobar las memorias de “Germán”. Las leí a prisa y con ellas perdí la virginidad guerrillera. Tras el paso del tiempo me emboscaron las figuras de los guerrilleros norteños: Girón, Machado, Juanín, Bedoya… Aunque no he leído la obra de Brevers, los dos últimos guerrilleros me han acompañado día y noche por los procelosos viajes a la “historia prohibida”. Por último, en un homenaje al guerrillero realizado en esta querida Santa Cruz de Moya quedé prendado del vibrante verbo de Chaval, así como de su lucha frente a las injusticias de la vida. Que puedo deciros entonces. Solo que estoy muy orgulloso de estar aquí con vosotros, y que como soy un historiador que procede del estudio de la Edad Moderna me siento también como un elefante en una cacharrería.

Bueno, a lo nuestro. Lo que os presento aquí es un libro modesto en las formas pero ambicioso en el fondo. Modesto, porque no hay una innovación en las formas, es decir, he dividido el libro en dos partes muy convencionales: la primera dedicada a la dinámica de las guerrillas, es decir, la historia tal y como yo la veo en su evolución desde una etapa espontánea de huidos, hasta un período de guerrillas más organizadas a partir de octubre de 1944 con la frustrada invasión de Arán; después, el período de máximo esplendor guerrillero entre 1945 y 1947, y el desenlace final entre 1947 y 1952.

En la segunda parte del libro, he analizado el fenómeno guerrillero desde una perspectiva estructural en la que me he preocupado de conocer los rostros y las ideas, la organización y vida cotidiana de los guerrilleros y el fundamental ejército de enlaces sin el cual hubiese sido imposible el mantenimiento durante tantos años de las guerrillas.

He dicho modesto en las formas y ambicioso en el fondo. Porque aquí es donde creo que está el quid de mi aportación al estudio general del fenómeno guerrillero. Voy por partes. Desde que me empapé de los libros de Salvador, de Eduardo Pons, de Secundino Serrano y tantos otros, siempre he tenido la sensación de que faltaba por hacer una guía o manual de las guerrillas. Pero al ir escribiendo el libro y, sobre todo, al acabarlo, me he dado cuenta de que no me he quedado en una mera guía, pues el libro conjuga el aspecto didáctico que se le supone a todo libro de divulgación con otro de denuncia de la injusticia cometida con la vida y la memoria de los guerrilleros. En el aspecto de la didáctica, el libro es el fruto de un importante esfuerzo de lectura de fuentes secundarias (libros, artículos, entrevistas), así como recuperación de imágenes –más de 300- y de material referente a aspectos de la vida de las guerrillas (desde sus memorias al vocabulario, desde la cronología de las guerrillas a las biografías de sus protagonistas).

Ambicioso también en el fondo, porque picando de aquí y de allá he podido recoger muchas entrevistas a guerrilleros y guerrilleras, enlaces y puntos de apoyo que han permitido hacer casi un manual de historia oral. Por ello, frente a los que propugnan que la memoria es una “pobre guía para conocer el pasado” (S. Juliá), yo he apostado por reivindicar la de los guerrilleros –en este sentido, mi libro es, sobre todo, grupal- pues creo es el mejor camino para comenzar a conocer la verdad ocultada intencionadamente no sólo por el franquismo sino por todos los “palanganeros” de la Transición que no dudaron en edulcorar la historia. Mucho de todo ello han aprendido los medios de comunicación y los políticos actuales. Mi libro contiene una crítica explícita a estas operaciones de ocultación de la memoria que hacen posible que el 75º aniversario de la proclamación de la segunda República quedé orillado en aras a homenajear el 70º aniversario del comienzo de la guerra civil, que en un homenaje a los brigadistas internacionales en Morata de Tajuña no se mencionase para nada a la República que ellos venían a defender y que en la tan cacareada ley de Memoria Histórica se vuelva a reproducir el discurso de la equidistancia de las responsabilidades al cincuenta por ciento de los bandos contendientes en la guerra, y se olvide el concurso armado de la guerrilla y la indudable proyección ética de su lucha.

Por tanto, didáctica, por un lado, y denuncia, por otro. En este aspecto, quiero destacar que la historia de las guerrillas españolas es tal vez el ejemplo más claro de hasta donde se puede llegar a manipular la historia. Desde la Dictadura a la Transición fueron pocos los viajes realizados a la “profundidad de la memoria prohibida”, en palabras de Manuel Vázquez Montalban, lo que hace tan censurable la postura de los partidos y sindicatos de izquierda como la manifestada en los medios académicos, donde la prioridad dada a los estudios de la oposición política no armada sepultó en el olvido más absoluto la preocupación por la lucha guerrillera. Después de la muerte de Franco, la memoria de los guerrilleros sólo fue recuperada en parte por los historiadores. Como este colectivo también tuvo su particular Pacto de la Moncloa, el estudio de las guerrillas fue orillado en aras a la reconciliación nacional y pocos siguieron la épica senda de Eduardo Pons Prades - guerrillero el mismo- que por estas fechas se lanzó a recorrer, con más voluntad que método, toda la geografía española en busca de testimonios sobre las guerrillas.

Impuesta casi por decreto-ley la tesis de la igualación de las responsabilidades al cincuenta por ciento entre los dos bandos contendientes de la guerra civil, los cirujanos de la transición diseñaron una estrategia desinformativa hecha a la medida de sus intereses y en la que la historia quedaba apartada del debate político. Tras la pretendida reconciliación llegó la amnesia colectiva y la ocultación de los grandes temas pendientes de nuestra historia. De este modo, en los inicios de la democracia entre los temas conflictivos que quedaron relegados al arcén del debate político se llevó la palma la memoria de las guerrillas, vergonzosamente regateada, ocultada y casi estigmatizada, y hubo que esperar a los años ochenta para que los historiadores prestaran por fin atención a esta rica temática. Pero atrincherados en sus variopintos reinos de taifas, los profesionales de la universidad volvieron a dar la espalda a la insurgencia guerrillera, de manera que la cantera donde se labraron los nuevos estudios guerrilleros se sitúo en los centros de enseñanza media y no en los departamentos universitarios. Sólo gracias a un particularmente entusiasta colectivo de docentes de instituto fue posible realizar un importante volumen de monografías regionales y locales, que desde finales de los años ochenta ayudaron a llenar buena parte del vacío de conocimientos que se tenía sobre la heterodoxa y perdida memoria guerrillera.

Estamos viendo que la vida y la muerte de Manuel Girón, Quico Sabaté, Facerías o “Foucellas”, así como la de tantos otros luchadores y luchadoras anónimos que apoyaron el combate de las guerrillas, es un claro ejemplo de unos hechos ignorados y manipulados, una evidencia más de cómo la Historia se construye en torno a “muros de silencio”, levantados en este caso, paradójicamente, tanto por los que reprimieron la resistencia armada como por los que la impulsaron. Es más, hoy en día, desde ciertos altares mediáticos se critica que sea ahora cuando salgan a relucir los temas más problemáticos de nuestro pasado reciente. ¿Habría que esperar a que haya fallecido el último guerrillero para reivindicar su memoria? Ciertos sectores revisionistas pretenden impedir –e incluso desprestigiar– que se sepa cuáles fueron los objetivos de la lucha guerrillera, afirmando que los guerrilleros no quisieron traer la democracia a España y olvidando que aquélla fue abolida por Franco y su régimen durante cuarenta años. En un ejercicio de simplismo se afirma que los guerrilleros eran comunistas que luchaban por imponer el estalinismo o la dictadura del proletariado en España. En buena lógica este argumento no deja de justificar el golpe de estado de julio de 1936 –la cruzada contra el “marxismo ateo”–, reconoce implícitamente que las heridas no están tan cerradas como se suponía y desconoce la heterogeneidad de planteamientos que han convivido en la izquierda española durante mucho tiempo. Porque la grandeza moral de las guerrillas –algo que olvidan sus detractores– es que fue capaz de aglutinar a los combatientes de diferentes filiaciones de izquierda en aras a alcanzar un objetivo común: la lucha antifascista y antifranquista, es decir, la reinstauración de la República democrática en un ejemplo de unidad que para sí hubieran querido los republicanos de todo pelaje en la época de la guerra civil. Aunque una gran parte de las guerrillas organizadas estaba controlada por los comunistas, la resistencia armada acogió a las diversas filiaciones ideológicas de la izquierda, lo que no deja de complicar la explicación de qué habría pasado si la lucha guerrillera hubiera forzado la intervención de los aliados en territorio hispano. Pero esta intervención no se produjo –Franco se convirtió en un instrumento útil y barato para los vencedores de la segunda guerra mundial–, y la dictadura se perpetuó durante cuarenta largos años, en los que nunca se habló de democracia.

Los guerrilleros son también molestos porque su final tiene mucho que aportar a los debates de la España reciente. Aunque otra vez se antoja difícil el fin de otra lucha armada, las guerrillas antifranquistas ilustran sobre la propia viabilidad o no de la estrategia armada, la resolución de conflictos y la negociación política. Desde luego, la solución aportada por el franquismo abogaba por la imposibilidad de llegar a un acuerdo negociado del conflicto, de manera que los guerrilleros no tenían más escapatoria posible que el difícil camino del exilio. Entregarse a las autoridades era enfrentarse a un consejo de guerra y en la mayoría de los casos a la ejecución posterior. El mensaje quedaba claro: no había posibilidad alguna de reinserción. Enfrentados a un callejón sin salida, los guerrilleros labraron ellos mismos uno de los grandes monumentos éticos de la historia de España. Mientras otros se iban al exilio a seguir peleando por los despojos del poder republicano, y los más timoratos se inventaban su “exilio interior”, un buen número de hombres y mujeres empuñaron las armas o ayudaron a hacerlo, en defensa de la legalidad ultrajada y de los derechos conseguidos y pisoteados por el franquismo.

Tras lo expuesto, tal vez no haya que explicar mucho que en mi libro el fenómeno guerrillero es, sobre todo, plural. Hablo de guerrillas y no de guerrilla, porque, frente a quienes sólo han querido ver en la lucha armada antifranquista de posguerra un fruto del estalinismo, me he preocupado de rescatar unas guerrillas heterogéneas en las que convivían luchadores anarquistas, comunistas, socialistas y republicanos del más amplio pelaje. Como recuerda Francisco Martínez “Quico”, un conocido guerrillero del grupo de Manuel Girón, “el mérito de esta guerrilla no es el fruto de una consigna ni comunista ni socialista, es producto de las personas antifranquistas que decidieron organizarse desde el primer momento”. A todas les unía un sentimiento antifranquista y antifascista, una cierta “mitificación” de la República y sus libertades perdidas, una huida de la represión segura en el llano y un claro deseo de justicia social que entroncaba con los más tradicionales instintos niveladores de la comunidad a la que pertenecían.

La deriva de los acontecimientos pudo llevar a que muchos guerrilleros acabasen en planteamientos ideológicos diferentes a los de su punto de partida. Hubo cenetistas que se afiliaron al PCE, comunistas que emprendieron el camino contrario, ugetistas que entraron a formar parte de las estrategias comunistas, guerrilleros frustrados que acabaron abandonando toda implicación política y así un sinfín de viajes que deben ser reconstruidos en aras a salvaguardar una de las más importantes lecciones morales de las guerrillas hispanas, a saber, la capacidad de aglutinar a personas de muy diferente procedencia ideológica en un único frente de lucha antifascista.

No descubro nada al decir que las guerrillas fueron un fenómeno eminentemente rural.

Aun así, en el libro he repasado los episodios más importantes de las guerrillas urbanas: desde los fracasados intentos guerrilleros organizados por el PCE en Madrid, a las guerrillas urbanas más célebres lideradas por las bases del movimiento libertario en Cataluña. Pero la balanza se inclina por la lucha en el medio rural, razón por la que mi aportación también trata de rescatar, dentro de las limitaciones propias de un libro de síntesis y de pretensiones divulgativas, unas guerrillas locales, que casualmente por estar formadas en la mayoría de los casos por guerrilleros nacidos o vinculados muy estrechamente con sus zonas de actuación armada, entroncaban perfectamente con las necesidades y la ideología de no pocos campesinos locales. Si las cifras son ciertas -8.000 guerrilleros y 100.000 enlaces o puntos de apoyo–, se hace ineludible conocer qué ideas enlazaban a unos y a otros. Aquí, creo que mi procedencia como historiador de la Edad Moderna, puede servir de ayuda para desgranar ese ideario popular local o nativo.

En las páginas dedicadas a esta problemática se esbozan algunos puntos que podrían servir para un debate posterior.

Voy acabando. Pese a todos los avatares de su historia, hoy como ayer, nos queda el consuelo de seguir viendo la fortaleza moral de los guerrilleros y guerrilleras que aún sobreviven. Derrotados recurrentes de la historia, ellos y ellas, gracias al tesón de su lucha, han conseguido llegar hasta aquí con su más sencillo y preciado triunfo, el que confiere no haber perdido nunca la dignidad. Muchas gracias.

Antolín Nieto, Las Guerrillas Antifranquistas, 1936-1965