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Aub representa y ejemplifica como síntoma las condiciones de un
escritor en el exilio, con una obra aislada y marcada por el fracaso
literario. En cuanto a las editoriales, plantea la situación de
imposibilidad de que los libros lleguen con normalidad hasta el público
para el que estaban destinados, especialmente durante las décadas de los
años cuarenta y cincuenta. Por otra parte, los libros se agotan y no hay
reediciones, tal y como se queja Max continuamente en sus Diarios y en
La gallina ciega. Aub conseguirá editar en España un volumen censurado,
Mis páginas mejores, en 1966; junto a textos y fragmentos en la revista
de Camilo José Cela, Papeles de Son Armadans desde 1958, aunque la
edición y recuperación de su obra es un lento proceso que se inicia
después de su muerte en 1972. Las dificultades editoriales implican la
ausencia de lectores reales, y de un contacto con ellos; al tiempo que
la distancia espacial contribuye a la ausencia de recepción y a la
adecuada resonancia de las obras de un escritor de su generación y de su
talla artística. La falta de éxito le obliga a asumir el convertirse en
un autor de minorías, al mismo tiempo que va creciendo la desconfianza
hacia la calidad de la propia obra, junto a la certidumbre de que él y
toda la generación de exiliados republicanos, han sido borrados del mapa
literario por la España oficial.
Por esto mismo, para la cultura española Aub forma
parte de un imprescindible patrimonio cultural, perteneciente al exilio
español (a los largos exilios culturales españoles desde los tiempos del
liberalismo decimonónico), que ya se ha venido reivindicando,
recuperando, editando y estudiando. Aub ha ido ganando progresivamente
la batalla a sus principales enemigos: el tiempo y el olvido, padres del
desaliento. La dictadura franquista no logró borrar del mapa ni su obra
ni la figura de otros tantos exiliados españoles, la mayoría de los
cuales murió sin ver restaurado en nuestro país un régimen democrático
de libertades. Recordemos que una de las grandes aspiraciones de los
artistas y escritores exiliados españoles no fue sólo volver
físicamente, sino que su obra fuese conocida: "La mayoría de mis libros
no han llegado a España. Hoy, agotados en su mayoría tampoco pueden,
naturalmente, hacerlo si las condiciones fuesen otras, que no lo son"
(Diarios). La obra aubiana nos ilumina y nos denuncia: nos devuelve
nuestra historia reciente desde el compromiso crítico para ayudarnos a
ser mejor nosotros mismos y a ser mejores, con la experiencia del pasado
que ilumina las sombras de nuestro presente.
Una de las obligaciones culturales es conservar y
promover la figura y la obra de aquellos autores que se convierten en
arquetipos, sea por la especial riqueza de su obra, sea por la
significación de su vida en el contexto histórico valenciano y español.
Ambas circunstancias se dan en nuestro caso. Aub pertenece a un grupo de
intelectuales y escritores, junto a Apollinaire, Machado, Cocteau, Dos
Passos, Faulkner, Gide, Malraux, Unamuno, Pirandello, Kafka...que se
constituyen en síntomas y símbolos emblemáticos de su tiempo. Pero para
el autor literario, siempre es necesaria la conquista de un público. Max
lo tuvo siempre difícil, dadas las circunstancias en que se
desarrollaron su vida y su obra. Él buscó siempre ese equilibrio entre
la libertad creativa y de conciencia, junto con la necesidad de
encontrar lectores en el futuro inmediato, dada la imposibilidad de
encontrarlos en el presente siempre incierto de un escritor trasterrado
y exiliado. Por cronología pertenece a la Generación de la República,
ese grupo de escritores crecido a la sombra de la Institución Libre de
Enseñanza, recriados en la Residencia de Estudiantes y en la lectura de
España y Revista de Occidente, que asumió la responsabilidad de la
política cultural de la Segunda República española, y luchó en la guerra
civil por mantener la legalidad vigente hasta ofrecer su último esfuerzo
por lo que estimaban una utopía posible: "¿Te representas, padre, lo que
será España? Todo será de todos. Y todos trabajaremos para los demás, y
los demás para uno. Todos sabrán leer y no habrá injusticias" (Campo
abierto). Aub vivió, como otros tantos exiliados españoles durante años,
toda la vida y toda su muerte, con la esperanza de que el sueño era
posible, como testimonian una y otra vez sus escritos: "Pero un día
vendrá la libertad" (De algún tiempo a esta parte), con la convicción de
que tanta sangre, tanto dolor, tantos esfuerzos de hombres anónimos y
notables no habían sido inútiles. La actual democracia española es
deudora de ese esfuerzo, conseguido con dolor y con constancia,
asumiendo un destino difícil lejos de la patria y la familia, condenado
a una tierra de nadie que acabó asumiendo como carne propia.
Max Aub encarna el ejemplo del escritor que vive con
la pluma en la mano, humano y demasiado humano hasta el compromiso
final. Es un hombre y un intelectual paradigmático en la historia
cultural española del siglo XX, cuyo nacimiento conmemoramos en 2003
recuperando su memoria para el patrimonio cultural valenciano y español,
que ya es decir universal, y del que vale recordar como último gesto
aquellas palabras de amor de sus diarios que nos dan la clave de su
"interesado" esfuerzo como escritor y como hombre: "Acepte estas
páginas: están hechas de amor hacia usted y hacia España" (La gallina
ciega). Su obra ubicada en el difícil exilio de un escritor apenas
conocido hasta el año 1939, y después situado en el no-lugar de los
tachados por la historia oficial española, participa de ese dilema
básico, la imposibilidad de la recuperación y ordenamiento del pasado
desde ese lugar inexistente que es el exilio. Max es múltiple y proteico
porque esa realidad y esa historia se le escapan de las manos, carece de
una perspectiva global que le permita ordenar su memoria, de modo que
poco a poco va convirtiéndose en prisionero de sus recuerdos convertidos
en ficciones. Su discutido "realismo" va más allá del tradicional
realismo histórico y supera las posiciones del conocido realismo
crítico, porque su autobiografía es un camino constante de ida y vuelta
entre la realidad y la ficción, desde los presupuestos de la
autenticidad y de la verdad histórica, sin renunciar a la rica
subjetividad personal que se incorpora permanentemente en todos sus
escritos. Sus textos son siempre problemáticos e inclasificables,
desmienten provocativamente cualquier versión y cualquier retórica
oficial, hasta el punto de dar cuenta de la más dura de las verdades
históricas de aquellos españoles, el fracaso político del exilio.
Aub supo asumir ese destino de todo intelectual que
no puede faltar a la verdad, excéntrico y anacrónico, separado
filosóficamente de los hechos históricos por la evidencia del exilio,
incapacitado para la acción en un país que no acababa de ser el suyo,
participante de esa vida irreal del exilio cuya verdad está siempre en
otra parte, tal vez en el pasado que no fue, en la esperanza de un
futuro imposible que no llega nunca. Aub sigue creyendo en los ideales
republicanos de libertad, democracia y justicia social, herederos -sin
duda- de la Ilustración, al tiempo que cree en el poder emancipatorio de
la cultura y de la educación, y en la necesidad de una adecuada política
económica que saque a las bases del país de la miseria. Pero España es
también su espejo, nuevo Callejón del Gato en donde la propia imagen
también adquiere dimensiones trágicas. El acercamiento del sistema
político mexicano y el español a principios de los setenta eran
evidentes, y no era fácil de reconocer para un exiliado español que
había sufrido treinta años de exilio. Aub se da cuenta de que Gabriel
García Márquez vive en España lo que él vive en México. Ambos han de
buscar la libertad en el extranjero para poder criticar al gobierno de
su patria. Ambos ilustran una paradoja común a muchos intelectuales del
siglo XX, para los que la libertad del exilio tiene un precio. Aub es
consciente de las contradicciones del exiliado español durante los años
sesenta, mientras contempla dolorosamente cómo un lento goteo de
compañeros empieza a volver hasta una España todavía en manos del
dictador, pero cada vez más abierta al exterior, y en cuyo seno empieza
a vislumbrar la posibilidad de un final democrático.
Aub no pudo alcanzar a ver la España de hoy,
construida sobre los fundamentos democráticos de un estado de derecho.
Pero el presente del que disfrutamos los españoles nos convierte en
deudores de su sacrificio y su ejemplo.
Es hora de que Aub deje de pagar ese precio y
disfrute, a través de su obra, de una eternidad libre y democrática para
su patria y para los suyos, a los que amó intensamente como puede leerse
en cada una de las líneas de sus escritos. Desde la perpleja atalaya del
siglo XXI Max Aub nos contempla sabiendo que ahora se le lee tanto como
se le cita, se le quiere tanto como se le respeta, se le recuerda tanto
como se le añora, se le critica tanto como él hubiera querido, desde una
nueva generación de escritores, artistas e intelectuales, de ciudadanos
libres que empiezan poco a poco a conocerlo.
La Gavilla Verde
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