El guerrillero veraz
(A José Manuel Montorio «Chaval», ese junco que nadie
podrá partir)
Salvador F. Cava
Era de complexión recia, seco de carnes, enjuto de
rostro, gran madrugador y poco amigo de la calma. Quieren decir que
tenía el sobrenombre de “Ángel” o “Chaval”, que en esto hay alguna
diferencia en los autores que de este caso escriben; aunque por
conjeturas verosímiles se deja entender que se llamaba José Manuel
Montorio Gonzalvo, nacido en Borja en 1921. Aunque esto importa poco a
nuestra historia; basta que el recuerdo de él no se salga un punto de la
verdad.
En cualquier cuaderno de
bitácora de nuestras vidas llevamos de la mano a
un chaval, esa persona que nos guía hacia el
destino que aún desconocemos pero que sentimos
como nuestro más inmediato futuro. Para algunas
personas su mañana es su presente, para otras es
el ayer, y el hoy no es más que una simple
esperanza. Tal vez en ella, ni tan siquiera
ansíen vivirla, y menos contemplarla. Los demás,
hasta puede que sean un puñado de hipócritas,
pero en su hacer hay un cúmulo de los más nobles
sentires que ni la peor serpiente puede
amilanar.
El futuro es un puñado de montañas inhóspitas,
molinos sangrantes y galeotes ateridos que hay que conocer, transitar y
permitirse el lujo de vivir entre ellos.
Yo no puedo hablar de José Manuel sin recordar las
montañas de la Cordillera Ibérica. Allí donde él se hizo hombre e hizo
hombres de la nada, del desierto cautivo de los franquistas y los
falangistas, a un puñados de jóvenes que le acompañaron en su
militancia. José Manuel Montorio “Chaval” o “Ángel”, fue el mejor hierro
templado de los guerrilleros de Levante y Aragón desde su entrada en
España en 1945 para luchar contra la dictadura con el grupo de “Los
Maños”, capitaneado por “Ibáñez”, y en compañía de “Pedro”, “Bernardino”
y “Julio”. Cinco héroes de la libertad. Precisamente, en cualquier
roquedal que uno se refleje puede oír a sus mayores: a “Grande”, a
“Pepito el Gafas”, a “Antonio”, a “Ricardo”, a “José María”, pero ver,
tan sólo se puede ver a “Paisano” en la Serranía de Cuenca, a “Segundo”
en La Mancha, a “Fortuna” en el río Cabriel, a “Rubio” en el Maestrazgo,
a Montorio en Cofrentes o en Alcira o en Alberique. Cuando se escriba
bien la historia, en castellano, en valenciano, en francés, en checo o
en inglés, el nombre de José Manuel Montorio habrá de tener tipografía
de letras bien grandes, tan grandes como su rebeldía, su inconformismo,
su memoria proletaria, su cautividad; y así, entre el despertar de su
voz, tal vez alguien aprenda en algún momento que los guerrilleros no
fueron sólo un guerrillero, que el sufrimiento nunca fue condena, que su
memoria sigue ardiente desde las tablas de sus cenizas.
¡Qué gran caballero si tuviese buen señor! Ya me
entendéis. Y los tuvo, en esos compañeros que nunca fueron el nombre
individual, aunque hubiese rangos. Sus señores fueron sus camaradas, en
su grupo (“Jalisco”, “Angelillo”, “Ventura”, “Larry”, “Jerónimo”,
“Jacinto”, “José”, “Vicente” (que le desertase), a veces “Ceferino”, el
Estado Mayor con “Teo”, “Galán”, a las órdenes casi siempre en su última
y larga etapa de “Grande”, tan entrañablemente unidos hasta en Praga.
Esta es una historia de amistad y de política. En
realidad ambas cosas van de la mano. Cómo ser amigo de alguien que no
ama la libertad. Cómo ser libre sin desprender amor.
Escribió sus memorias (Recuerdos y olvidos de un
guerrillero) y tuve copia previa de las mismas enviada desde Praga, en
fotocopias desde la Embajada Española, antes de que se editasen por el
Gobierno de Aragón. Volvió hace unos años a España, encontró cobijo más
que entrañable, y es de agradecer, donde nació, en Borja, a la postre
donde han llegado sus últimos días. Yo conozco varias memorias impresas
de guerrilleros antifranquistas, todas más que interesantes y valiosas.
Pero las de José Manuel Montorio son el mejor relato crítico de un
guerrillero antifranquista. Resultan simple y llanamente imprescindibles
para quien se le llene la boca de la lucha guerrillera en cualquiera de
sus haceres, como crítico cultural, novelista, director cinematográfico,
autor de teatro, fotógrafo o dibujante de cómic. Cualquiera de ellos
debe empezar citando su obra, de lo contrario no sabrán de la misa la
media, así de claro, así de taxativo.
En guerrillas, tan joven, y con convencimiento
anarquista, “Chaval” se enroló voluntario desde Gincla en la lucha
comunista contra Franco. Siguió siendo libertario, como la base social
de la a Agrupación Guerrillera de Levante y Aragón, hasta que pidiera
militar en el PCE tras sus avatares con los anarquistas de Cullera. De
entonces es su reflexión de las malas condiciones que reunía la huerta y
los
naranjos valencianos para el devenir guerrillero. Fango y naranjos,
imposibles aliados de la clandestinidad. Bien pronto fue elegido como
jefe de grupo y así transcurrieron sus años de lucha, desde 1945 hasta
1952 que fuese el responsable de organizar sobre el terreno la retirada
hacia el exilio.
Su seriedad, su aplomo, su don dialéctico, su ímpetu,
su más que respeto a los superiores y hasta su carácter espartano fueron
sus fuertes. Como también el dominio de la situación, el temple, la
camaradería. No pocas veces vio su vida en peligro, pero de todas ellas
pudo salir airoso, con mucha fortuna, pero también con un alto grado de
serenidad necesarias. Fue un gran guerrillero, y si la justicia de los
abanderados hubiera sido cierta, como alguna vez le reprochó a cierta
ministra de uno de los gobiernos de Felipe González, y como hoy en día
todavía le criticamos a los gobiernos actuales, digo que si la justicia
de los abanderados hubiese puesto a cada cual en su lugar, Montorio
hubiera sido equiparado en la escala del ejército a un grado muy
superior al de coronel. Pero ahora, para mejor memoria de lo no hecho,
quede como “Chaval”, el guerrillero del alma en los pies.
Sus últimos años entre nosotros fue de compromiso
reivindicativo, siempre nos recordaba a los puntos de apoyo, y entrega.
Por él, por “Carrete”, “Matías”, “Florián”, “Reme”, etc., hemos de
continuar. Su obra fue su vida. Su ánimo no faltó en todas las últimas
jornadas y homenajes de Santa Cruz de Moya del mes de octubre. Su voz y
su textura, su afecto y su genio eran inconfundibles. Difícil será
suplir ese tono crítico, esa ventana de cuchillos artesanos y veraces.
Hasta en el Congreso de los Diputados frente a Santiago Carrillo. Fue
memorable. Ahí han quedado sus palabras para cualquier vestigio de la
historia, no de la novela, sino de la verdad. Y quien no haya vivido
alguno de estos momentos con Montorio de la mano, como sus recorridos
por el Campamento Escuela, sus andares por la Casa de la Madre, su
precisión del Campamento de Camarena, su peregrinar en busca de los
rescoldos de barro de la estación de Caudé, que lo pregunte. Hasta la
historia verdadera tuvimos que desenterrarla con él.
Por eso ahora que se nos ha ido, no le decimos adiós.
Nunca le diremos adiós a quien tantas páginas de nuestra vida presente y
futura ha sabido llenar. Su despedida no nos llena de desconsuelo, acaso
de soledad, pero a ésta ya estamos acostumbrados los que amamos las
montañas y el mundo, los que el mes de abril a pesar de nuestros muertos
nos llena de victorias, los que hemos aprendido a andar con la cabeza
bien alta y los que nos colma de dignidad pronunciar sus nombres, porque
por nosotros vivieron y nosotros viviremos por ellos. Salud, camaradas.
Y feliz día.
PD. “Oye, José Manuel, quisiera decirte, porque en
algún lugar nos encontraremos o en alguna estrella me oirás, que tenías
mucha razón, que tu mirada de fotografía era exacta, y que tal vez la
mía de investigador, pues me parece que lo de historiador puede que me
quede grande, era más temporal, los hechos y sus momentos. Qué gratos
recuerdos dándonos la mano por la espalda. Ya lo he dicho, tus memorias
son la escritura de la guerrilla antifranquista de España, tal vez mi
libro sea un filtro que detalle ese periodo. Ambos, pero sobre todo el
tuyo, está lleno de vida, el mío de recuerdos, aunque tú, acertadamente,
me quitaras la palabra en el título. Nadie podrá leer bien mi libro sin
leer al tiempo el tuyo, y ya me gustaría que fuese al revés. Porque en
el fondo, sabes, cómo me hubiese gustado ser uno más de los guerrilleros
de tu partida. A mandar, amigo”.
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